Los egipcios llamaban a veces al
escultor “el que mantiene vivo”. Para esta gran civilización, el arte era ante
todo una manera de asegurar la vida eterna después de la muerte.
La conservación de los cuerpos en forma de momia no era
suficiente. Las estatuas de los reyes, de los nobles y de los notables
personificaban a estos después de muertos, y recibían ofrendas como si aún
estuvieran vivos.
Ejemplo del arte egipcio. |
Los muros de las tumbas se
recubrían de frescos que narraban la vida del difunto quien, de ese modo,
continuaba rezando, cuando en medio de los juncos o charlando amablemente con
su esposa.
Los artistas respetaban
escrupulosamente las reglas establecidas: cada cosa debía ser mostrada bajo su
aspecto más característico. La cabeza se ve mejor de perfil, pero el cuerpo es
más reconocible de frente: por eso los pintores mostraban de este modo a sus
personajes.
Embebidos en sus ocupaciones, los
retratos egipcios perviven sin mirarnos nunca, mientras que las estatuas nos
observan fijamente con rostro impasible.